Cómo afronta cada individuo los reveses de la vida depende, en gran medida, de su reserva cognitiva. Este concepto trata de explicar las diferencias individuales a la hora de afrontar un evento inesperado o una contrariedad en la vida adulta. De ella depende nuestra capacidad para improvisar, resolver problemas y encontrar alternativas. Y lejos de ser innata e inamovible, se trata de una habilidad dinámica y flexible, que se define a lo largo del tiempo.
La reserva cognitiva se va configurando a lo largo de los años a través de la educación, los hobbies, la vida social e incluso las circunstancias socioeconómicas. El uso de nuevas tecnologías, las actividades musicales, el bilingüismo y la lectura son factores especialmente relevantes para su desarrollo.
Aunque hablamos de un proceso que abarca toda la existencia de un individuo, existen dos momentos especialmente importantes para su desarrollo: los primeros años de vida y el comienzo de la edad adulta (30-40 años) ). Es más, las conductas de los primeros años de vida resultan determinantes para el posterior desarrollo del cerebro y el afrontamiento de situaciones anómalas o patológicas (por ejemplo, la demencia).
Una de cal y otra de arena
Una manera interesante de concebir la reserva cognitiva es como la discrepancia entre el daño cerebral observado y la manifestación de déficits clínicos. El concepto se entiende mejor si hablamos del “michelín cognitivo”.
Con este término nos referimos a que, en general, la reserva cognitiva tiene un efecto positivo sobre el cerebro y su salud, al igual que la acumulación de grasa hasta ciertos niveles es beneficioso para el desarrollo muscular o como reserva energética. En concreto, la reserva cognitiva aumenta el bienestar y fomenta un envejecimiento cerebral saludables. Incluso parece que previene la demencia, la enfermedad de Alzheimer, Parkinson y la esclerosis múltiple, entre otras enfermedades.
¿Pero qué sucede si nos excedemos y acumulamos “michelines de reserva cognitiva” )? Las consecuencias son negativas, porque se enmascaran procesos incipientes de deterioro cognitivo o demencias. Eso puede dar lugar a que se retrase el diagnóstico de estos problemas, por ausencia de síntomas en etapas tempranas.
Dicho de otro modo, que la alta reserva cognitiva compense (y enmascare) los déficit iniciales propios de la demencia y de otros problemas cognitivos es contraproducente.
Resiliencia cerebral
Partamos de la hipótesis de que, a mayor reserva, haremos un uso más eficiente de los recursos cerebrales. Sobre todo porque aumenta la conectividad sináptica y el equilibrio entre las redes cerebrales, a la vez que reduce el consumo de energía por parte del cerebro.
Eso implica que un cerebro con una alta reserva dispone de mayores recursos pero es más ahorrativo. Eso le permitiría afrontar tareas de mayor demanda y, como hemos demostrado recientemente, enfrentar mejor el estrés.
El estrés es el pan nuestro de cada día, y su capacidad de deterioro de la salud física y psicológica es considerable. Distintas experiencias o eventos diarios causan sentimientos de ansiedad y de frustración que suelen demandar una capacidad de regulación emocional que nos sobrepasa. Estos estresores nos empujan a un desequilibrio en la regulación celular, en el equilibrio del sistema nervioso central y en el equilibrio hormonal.
La buena noticia es que la reserva cognitiva muestra un efecto protector sobre los niveles de cortisol (hormona del estrés). En las personas con un estado de alta ansiedad, tener una elevada reserva cognitiva mantiene a raya la secreción de cortisol. Y eso permite desarrollar una especie de “resiliencia cerebral” muy valiosa.
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