Entre muchos de los cambios que trajo el nuevo milenio, se encuentra la aparición de las nuevas familias. En ese contexto, el rol tradicional de la madre se diluye dando paso a otras formas acompañadas por los avances en medicina reproductiva.
En el mes de la madre, nos preguntamos ¿existe el instinto materno?
Si bien muchas mujeres desarrollan conductas muy bien adaptadas para la crianza y cuidado de sus hijos, no está comprobado científicamente que exista el instinto materno. Más bien, podríamos decir que cuando aparece la cultura se pierden los instintos. Sería más apropiado hablar de «capacidad de maternar», ya que el instinto se pierde por el sólo hecho de estar dentro de la cultura.
La preocupación por el sostén, cuidado y el apego al niño se desarrolla, en la madre, luego del nacimiento de su hijo. Lo cual es comprobable tanto en los seres humanos como en muchas especies de animales superiores, como los mamíferos y las aves.
En el ser humano el deseo de un hijo, muchas veces, está condicionado por exigencias e ideales sociales y culturales. En nuestra cultura, en determinado momento de la vida, y con ciertas conquistas resueltas, el paso siguiente e ineludible para la mujer, pareciera que tiene que ser la maternidad. Probablemente esto sea parte del camino que la sociedad traza para el desarrollo del ser humano adulto, pero poco tiene que ver con la aparición de un instinto.
En todo caso, la sociedad impone tiempos, ritmos y momentos para cada cosa, la aparición del hijo permitirá que el «instinto», o para ser más precisos «la capacidad para maternar», aparezca en escena posibilitando la relación madre-hijo.
Si pensamos en la reproducción humana como una función biológica atravesada por lo socio-cultural, debemos admitir que la maternidad es una elección. Entonces, cabe la posibilidad de que alguien no lo elija, y esto no afectaría su condición o atributo. Se trata de una mujer que, teniendo todos los atributos y condiciones de su género, no realiza la misma elección que muchas de sus congéneres.
Crecer en lo profesional, fructificarse en logros y conquistas personales, es la expresión de la fertilidad en muchas mujeres. Si bien la idealización y devoción por la mujer-madre persiste, convive con una creciente valoración de la mujer-conquistadora, mujeres que en el último siglo se han destacado, no por parir hijos célebres, si no por ser celebridades. Podríamos decir que, en las sociedades desarrolladas actuales, muchas mujeres prefieren plantar algunos árboles, escribir varios libros y no tener ningún hijo.
Las nuevas familias
Dos grandes hitos marcan la metamorfosis familiar, por un lado, el avance del matrimonio igualitario que conlleva la asunción, por parte de los hombres, de roles que tradicionalmente eran adjudicados a las mujeres. Y el otro gran cambio lo constituye el relevante rol de la mujer cada vez más ligado a los desafíos lejos del hogar.
Las mujeres eligen asumir responsabilidades más sociales que familiares. Y, al ser la maternidad una elección, resulta casi extemporáneo hablar de «instinto maternal».
Cada mujer, en los países con gran o mediano desarrollo, planifica su futuro, incluyendo en esa planificación la maternidad como un elemento más, pero no el único.
En general en vez de falta de deseo lo que aparece es la idea de postergación y de que en algún momento la maternidad se va a dar. En este caso lo que suele pasar es que, cuando consideran que es el momento apropiado, ya no pueden o les cuesta más la búsqueda.
Por eso, las técnicas de reproducción asistida pueden ser aliadas para esa planificación, al ofrecer distintas posibilidades como la vitrificación de óvulos. Pero también, la ovodonación, el útero subrogado, entre otras.
Es un mito que la mujer se conecta con el deseo, y luego el instinto hace su trabajo y surge una «súper madre».
La maternidad implica elegir y desarrollar esa función. Es un deseo y una elección, no un instinto.
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