No hay dos enfermos iguales” reza un viejo dicho médico. Y no los hay porque no existen dos personas iguales. Cada ser humano tiene entre 20 mil y 25 mil genes; diferencias mínimas entre el contenido genético de una persona y otra favorecen, o no, la aparición de enfermedades; además, sin duda lo sabremos en el futuro, ciertos rasgos del carácter como ser enojón, compasivo, empático o criminal dependen, al menos parcialmente, de variables genéticas.

A la influencia de los genes deben sumarse las características familiares y sociales como determinantes de la personalidad; ser pobre o rico, vivir en hogares funcionales o disfuncionales, convivir con progenitores sanos o enfermos son, entre otros, elementos constitutivos de cada individuo. El listado previo influye “mucho” en la respuesta, favorable o no, a las prescripciones médicas. Entrecomillé “mucho” ya que es imposible saber con antelación cómo responderá cada individuo a los fármacos: unos sanan con medicinas inadecuadas y otros, con las mismas, no mejoran (o mueren) a pesar de recibir la prescripción correcta. En algunas décadas, gracias la medicina personalizada, las recetas serán más precisas: los estudios genéticos diferenciarán a cada persona.

Desde hace muchos años se conoce la importancia, tanto en clínica como en investigación, de los placebos y del efecto placebo. Placebo es una sustancia inerte –azúcar, almidón– utilizada sobre todo en trabajos de investigación, que carece de acción terapéutica –por ser inerte– y que en ocasiones mejora e incluso cura al enfermo. Quien lo ingiere –también puede inyectarse o inhalarse– ignora el contenido de la tableta. El efecto placebo, determinado por razones psicológicas y confianza, funciona cuando se tiene fe en el médico y en el procedimiento.

En el ejercicio clínico, todos los médicos conocen el poder del efecto placebo y algunos lo ejercen para diferenciar entre males físicos y anímicos. Entre más caros, más dolorosos (inyecciones), más difíciles de conseguir y con colores vistosos (“me sirvió el suerito”), más eficaces. Otros galenos, y esto merece repensarse, recetan erróneamente fármacos que a pesar de no guardar relación con la enfermedad, mejoran la situación del paciente. La respuesta, favorable o no, depende, sobre todo, como ya escribí, de la confianza hacia el doctor, así como del deseo de sanar y de la autosugestión: “Seguro mejoraré, el médico es excelente”. Como es de esperarse, la respuesta positiva al placebo varía enormemente; las variables más críticas son el tipo de placebo administrado –hay incluso “cirugías falsas”– y la enfermedad a tratar. En niños, la respuesta al efecto placebo es mayor que en adultos; la confianza en el galeno y en los padres, y la inocencia propia de la edad son factores determinantes.

Además de las no pocas razones, sobre todo éticas, de la bancarrota de la medicina tradicional, el enorme éxito de la medicina no convencional se debe a que los pacientes se curan si creen en la curación. La medicina alternativa funciona debido a su efecto placebo. Impresiona el número de enfermos que buscan solucionar sus problemas de salud con opciones no científicas. Favorecen el éxito del efecto placebo en las ya incontables medicinas alternativas, los medios de comunicación, las redes sociales, la búsqueda de nuevos caminos para curar males no resueltos en la medicina convencional y las vías para vender su imagen.

La contraparte del efecto placebo es el efecto nocebo: el paciente no sólo niega los efectos esperados del fármaco, sea placebo o de farmacia, sino que reporta un empeoramiento de los síntomas y de la enfermedad; buen ejemplo son los pacientes a quienes se les prescriben antiácidos: en vez de mejorar experimentan mayores dolores estomacales. En el efecto nocebo (el término no aparece en el Diccionario de la Academia de la Lengua Española) no se han encontrado alteraciones bioquímicas que expliquen las razones de las molestias, a diferencia de lo que sucede en quienes creen que sí les servirá el medicamento; en el efecto placebo las personas que responden favorablemente segregan dopamina, sustancia con propiedades analgésicas.

Falta de credibilidad y miedo, tanto a la enfermedad como al doctor son factores subyacentes del efecto nocebo.

NOTAS INSOMNES

Es cierto: “no hay dos enfermos iguales, hay enfermedades”.

El reto, como siempre, radica en saber quién es la persona que solicita ayuda.