El Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, a través del Laboratorio de Contaminación Marina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), estudia la presencia de plaguicidas organoclorados (OC) en ecosistemas mexicanos y el impacto que sus altas concentraciones provocan en el ambiente y salud humana.
Dicha investigación se trabaja en conjunto con especialistas de instituciones como el Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo A.C. (CIAD), el Centro Nayarita de Innovación y Transferencia de Tecnología, A.C. (Cenitt), la Facultad de Medicina de Yucatán, la Universidad de Sonora, así como el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional (IPN), entre otros.
La literatura refiere el estado actual de la investigación sobre plaguicidas en México y menciona que los químicos, principalmente los de categoría de organoclorados, se han encontrado en suelo y ecosistemas costeros del territorio mexicano, así como en la fauna silvestre, humanos y alimentos, donde se registran concentraciones hasta ocho mil veces por encima de las referencias permitidas.
Guadalupe Ponce Vélez, doctora en ciencias de la Tierra e investigadora y técnica académica del Laboratorio de Contaminación Marina, explicó en entrevista para la Agencia Informativa Conacyt la importancia de la identificación y análisis de la presencia de plaguicidas en México para erradicar su uso y emplear sustitutos inocuos para los ecosistemas.
Más de cien mil productos comerciales
Con la intención de controlar la proliferación de organismos no deseados, el sector agrícola recurre mayoritariamente al uso de plaguicidas, una práctica considerada riesgosa e inadecuada debido a sus efectos tóxicos.
Bajo la tutela del investigador líder del Laboratorio de Contaminación Marina, el doctor Alfonso Vázquez Botello, Guadalupe Ponce mencionó que a nivel mundial hay registrados alrededor de seis mil 400 ingredientes, que una vez combinados con compuestos inertes derivan en más de cien mil productos comerciales.
Los compuestos utilizados actualmente se desarrollaron hace setenta años aproximadamente y aunque tiene menor notoriedad, es evidente el riesgo a la salud pública como consecuencia de los residuos de plaguicidas que pueden presentarse en distintos escenarios.
“Mi responsabilidad directa es la determinación de los contaminantes orgánicos persistentes en los ecosistemas costeros y marinos de México, particularmente de plaguicidas organoclorados y de otras familias químicas de gran importancia tanto ambiental y de salud humana, por la toxicidad que presentan”.
Concentraciones peligrosas
De acuerdo con Guadalupe Ponce, durante décadas han visto la acumulación de restos de plaguicidas en diferentes ecosistemas de las zonas que monitorean, como los ecosistemas costeros del Pacífico Norte, golfo de México y Pacífico Sur, sus concentraciones en las poblaciones humanas y el impacto ambiental y a la salud humana que esto conlleva.
Campeche, Chiapas, Estado de México, Morelos, Nayarit, Puebla, Sinaloa, Sonora, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz y Yucatán son las entidades que más plaguicidas usan en el país y las consecuencias de su empleo se reflejan en la acumulación de sus restos en los ecosistemas terrestres y acuáticos.
Tan solo en México se comercializa un estimado de cien mil toneladas de estos compuestos, lo que equivale a cuatro por ciento del consumo mundial, y en 2017 la Dirección General de Epidemiología (DGE) reportó cerca de cuatro mil casos de intoxicaciones por plaguicidas en 2016.
Únicamente en el área del Pacífico Norte se han realizado alrededor de veinte estudios que registran concentraciones detectables de organoclorados en agua, sedimento y organismos acuáticos, como el tejido blando de ostiones del Estero San Cristóbal en Nayarit, y que registran las mayores concentraciones de estos agroquímicos, con niveles que alcanzan los 2.91 microgramos por gramo de (µg/g) de delta-hexaclorociclohexano (δ-HCH), un componente de la fórmula técnica del lindano, plaguicida restringido en México desde 1991.
Asimismo, en el golfo de México y en el Pacífico Sur reportaron concentraciones de organoclorados y organofosforados en mojarras de la desembocadura del río Coatzacoalcos, en Veracruz, y en sedimento de la zona sur del estado de Chiapas con concentraciones máximas de endosulfán II que alcanzaron 0.250 microgramos por gramo.
De acuerdo con la especialista y a propósito de estas concentraciones, los mayores registros de organoclorados en suelo vienen de comunidades de Chiapas, donde se utilizó dicloro difenil tricloroetano (DDT) para el control de la malaria de 1957 al 2000.
“El famoso DDT fue uno de los primeros organoclorados que se puso a disposición para uso mundial y los que vivimos entre 1950 y la década de 1990 somos generaciones bajo las aspersiones de DDT”, comentó.
Los valores de este químico encontrados en suelos de las comunidades rurales de Chiapas representan una preocupación, pues están hasta ocho mil veces por encima de lo estipulado para suelos agrícolas del resto de México, lo que implica monitorear y tomar medidas eficientes que protejan a las comunidades.
Plaguicidas en fauna silvestre
Guadalupe Ponce mencionó que estos compuestos tienen propiedades lipofílicas; es decir, los plaguicidas tienen la capacidad de acumularse en los tejidos de los organismos, de esta manera aumenta su vida media —la cual puede ser de veinte años— y pasa a diferentes eslabones de la cadena alimenticia en un fenómeno conocido como biomagnificación.
“Existen datos científicos de acumulación en organismos donde nunca han sido aplicados plaguicidas en sus ambientes, y te estoy hablando de organismos de los polos, y esto se debe a su rápida distribución y acumulación en la biósfera”.
En este sentido, estudios de mamíferos marinos del Noroeste de México indican la presencia de plaguicidas, especialmente de DDT, en el tejido graso de ballenas, delfines y lobos marinos.
Para los reptiles, por ejemplo, muestreos de huevos de tortuga carey de siete campamentos tortugueros de la costa de Campeche registraron resultados de DDT hasta de 2.1 µg/g, así como concentraciones de metoxicloro en sangre de tortuga verde.
La situación no difiere con el resto de las especies, pues las concentraciones de plaguicidas en la fauna silvestre se extiende a anfibios, aves e insectos de las zonas costeras del país con influencia agrícola.
Hasta en la sopa y los efectos en humanos
Aunque el mayor riesgo se encuentra por exposición directa, la facilidad de propagación y bioacumulación de los plaguicidas en las especies hace que el consumo de alimentos expuestos a estos químicos incremente su concentración en las poblaciones humanas, por lo que la ingesta de alimentos ricos en grasa y cultivos como trigo, arroz, tomate, manzana, papa y lechuga representan otra ruta de exposición.
El lindano es emitido al aire en forma de vapor o de partículas. En la atmósfera puede persistir por largos periodos y viajar a grandes distancias antes de precipitarse con la lluvia y el polvo o ser degradado por la luz del sol. Su vida media en condiciones de campo varía de pocos días a tres años, se bioacumula significativamente en animales tanto acuáticos como terrestres y se biomagnifica a lo largo de la cadena trófica.
La Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC) clasifica este insecticida dentro del Grupo 1, donde se encuentran los contaminantes más peligrosos. Fuente: Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC). |
La población infantil es el sector de mayor vulnerabilidad a la exposición y efectos de los plaguicidas, donde hay reportadas concentraciones máximas de 11.8 µg/g en muestras de sangre de comunidades rurales de Chiapas.
Entre los efectos reportados, se encuentra el deterioro en el desarrollo neuronal temprano, reducción significativa del índice de orientación espacial y habilidades psicomotoras.
Además, el resto de las comunidades, entre mujeres, hombres y niños, presentan alteraciones físicas en la piel y en algunos casos vómito y dolores de cabeza, manifestaciones que se relacionan por exposición directa, o bien por el consumo de alimentos contaminados con los plaguicidas.
De acuerdo con la especialista, varias de estas moléculas tienen la característica de ser perturbadores hormonales o perturbadores endocrinos, porque se parecen a las hormonas naturales.
“Hay un efecto de mimetismo con las hormonas naturales y sus lugares bioquímicos son ocupados por moléculas extrañas que aparentemente pudieran funcionar como las hormonas reales y entonces trastocan todas las rutas metabólicas donde intervienen todas las hormonas naturales”.
Actualmente la Organización Mundial de la Salud (OMS), a través de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), tiene catalogado el plaguicida lindano —usado para el control de insectos en el sector agrícola— como un agente productor de cáncer.
Existen estudios en poblaciones humanas que identifican y documentan efectos de estos contaminantes sobre las hormonas producidas por la glándula tiroides y sobre las glándulas reproductivas por este tipo de plaguicidas, “sin embargo, a nivel de investigación científica ya hay resultados que apuntan a que otros plaguicidas también pueden generar cáncer, ya sea de mama, tiroides, riñón o testicular”, explicó.
Biorremediación de los efectos
El Laboratorio de Contaminación Marina investiga además la degradación de organoclorados con la identificación de hongos y bacterias que toleran concentraciones de este químico hasta de 20 µg/g, lo que posibilita la biorremediación de suelos contaminados a través de la bioestimulación de los microorganismos nativos.
El estudio de compuestos de origen natural indica que tienen un nivel adecuado de eficiencia para combatir diferentes clases de plagas como las de mosquitos o mosca negra, por mencionar algunas.
La acumulación de plaguicidas no puede ser evaluada con un solo análisis en el tiempo, por lo que la especialista mencionó que por esta causa es necesario tener datos actualizados y confiables que ayuden a tomar decisiones.
“Yo creo que el compromiso de los que nos dedicamos a la parte de contaminación —del tipo de ecosistema que se trate— es muy grande porque nuestra información debe tener la calidad suficientemente buena y robusta para que sea la piedra sobre la cual la directriz de una toma de decisiones se sustente”.
La solución propuesta desde su experiencia en investigación no es sencilla, pues se trata de una serie de acciones que deben establecerse de manera conjunta e implica que las autoridades escuchen a la comunidad científica sobre las recomendaciones para hacer una eliminación progresiva de plaguicidas, principalmente de aquellos que son altamente peligrosos.
Además recalcó que es importante distanciarse de los intereses económicos de las grandes industrias, pues los plaguicidas son un grupo de sustancias que no discriminan entre los estratos sociales, edades o fuerza económica. Una vez que entran al ambiente se involucran con el organismo por su distribución planetaria.
“Yo creo que algo muy importante es que estemos informados, es una de nuestras prerrogativas, y en el caso de los plaguicidas es importante que la sociedad lo sepa en términos claros, qué tipo de sustancias hay en nuestros alimentos y en el ambiente para que, en función a esto, las acciones gubernamentales vayan encaminadas a esta eliminación progresiva”.
• Dra. María Guadalupe Ponce Vélez
Técnica académica titular
Laboratorio de Contaminación Marina
Instituto de Ciencias del Mar y Limnología
ponce@cmarl.unam.mx
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