El camino de las mujeres en la medicina no ha sido fácil. Muchas se vieron obligadas a ejercer en la clandestinidad y otras tantas tuvieron vedado el acceso a la preparación académica durante mucho tiempo. Como en otras áreas del ámbito científico, su trabajo ha sido poco o nada reconocido. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que muchas de ellas lograran salir adelante y llegaran a desarrollar importantísimas investigaciones.
Según un estudio publicado en 2018 por el Instituto Nacional de Estadística, el número de colegiadas femeninas en España superaba en 2017, por primera vez, al de hombres inscritos en el Colegio Oficial de Médicos. El recorrido hasta aquí ha sido complicado.
Por eso, queremos hacernos eco de una iniciativa emprendida por la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Se trata del blog que ha creado esta entidad educativa. Se llama Mujeres con Ciencia. Es el vehículo elegido para difundir el trabajo de muchas de las estudiosas que hicieron grandes esfuerzos por el progreso de todos.
Hablamos de matemáticas, físicas, químicas, astrónomas, médicas, biólogas e investigadoras de otras materias. Muchas llevaron a cabo sus sueños en circunstancias personales complicadas y casi todas, con un entorno en su contra. Pero lo consiguieron.
Queremos aprovechar este ambicioso proyecto de la Universidad del País Vasco para esbozar aquí la figura de algunas de las mujeres que han destacado en el campo de la medicina de forma brillante. Tanto, que han conseguido salvar muchas vidas.
1. Elizabeth Blackwell
Año 1849. Elizabeth Blackwell era la primera mujer matriculada en la escuela de medicina de Geneva. También, la primera ciudadana de todo Estados Unidos en lograr un diploma oficial que la habilitaba como doctora.
Dentro y fuera de las aulas, le fue de gran utilidad su carácter férreo para luchar contra todo tipo de prejuicios y trabas. No solo destacó por ser pionera en la medicina estadounidense. También, por su defensa de la educación de las mujeres y el abolicionismo. Y por su sensibilidad social. No fue fácil.
Los reparos de sus colegas y profesores a tratar determinados temas en su presencia fueron solo una de las muchas dificultades con las que tuvo que lidiar. Otra, bastante peor, se la encontró cuando trató de ejercer.
Como los dispensarios de la Gran Manzana optaron por vetarle el paso, ella misma abrió uno propio. Impulsó una consulta privada en la que empezó a prestar asistencia a mujeres y niños. Compaginaba esta tarea con la redacción de conferencias sobre sanidad. Además, después las publicaba en forma de manuales.
A lo largo de su carrera batalló, asimismo, contra la esclavitud y la prostitución. También defendió la educación sexual de los jóvenes. Y dejó una interesante obra bibliográfica a sus espaldas.
Desde 1949, la Asociación de Mujeres Médicas Estadounidenses otorga todos los años la medalla Elizabeth Blackwell. El objetivo: reconocer a aquellas que han contribuido de forma destacada a la labor de las doctoras.
2. Laura Martínez de Carvajal
Con tan solo 14 años, Laura Martínez de Carvajal consiguió que su padre la matriculara en las facultades de Ciencias Físico-Matemáticas y de Medicina de la Universidad de La Habana. Aquella muchacha se empeñó con igual esmero en ambas carreras. Se convirtió en 1889 en la primera cubana en obtener la licenciatura en Medicina y Cirugía. Como es de suponer, conseguir ese mérito no fue una tarea sencilla.
Apenas cinco días después de obtener su título, Laura contrajo matrimonio con Enrique López Veitía. Juntos fundaron la Policlínica de Especialidades, un consultorio médico donde trabajaron en conjunto durante varios años. Hasta la llegada del siglo XX, ambos se convirtieron en un importante referente de la medicina cubana, especialmente en Oftalmología.
A pesar del éxito alcanzado en su carrera profesional, Laura abandonó su profesión con tan solo 41 años, cuando murió su marido. Durante los últimos años de su vida, fundó una escuela gratuita para alfabetizar a los niños pobres que vivían en los alrededores de su residencia.
La muerte de esta científica pasó prácticamente inadvertida. Tuvieron que transcurrir varios años antes de que diversos historiadores comenzaran a dar voz a sus investigaciones y méritos.
3. Elizabeth Garrett Anderson
Garrett se enfrentó a una de las mayores injusticias de su época: el veto sistemático a las aspirantes a realizar una carrera universitaria. Empezaron cerrándole la puerta en las narices en muchas ocasiones, pero terminó abriendo una consulta médica.
Después de numerosas negativas, de protestas de los estudiantes varones y de enormes esfuerzos por su parte, obtuvo la licenciatura para ejercer la medicina en el año 1865. Así pues, fue la primera mujer británica en convertirse en doctora.
No obstante, Garrett sentía que le faltaba algo: un doctorado. Consiguió que la admitieran en la Universidad de la Sorbona y terminó sus estudios en 1870. Tras el doctorado, fue nombrada oficial médico visitante del London Hospital for Children. También fue elegida para ser parte de la Asociación Médica Británica. En 1874, cofundó la Escuela de Medicina para Mujeres de Londres.
Su actividad médica se difundió a través de numerosos artículos científicos en diarios y revistas. También era pública su faceta como luchadora activa a favor del voto femenino. De hecho, fue miembro del comité central de las sufragistas en 1889. Además, terminó siendo elegida alcaldesa en Aldeburgh en 1908. También en este aspecto se la considera pionera, al ser la primera de su sexo en acceder a dicho cargo en Gran Bretaña.
4. Gertrude Belle Elion
Bioquímica y farmacóloga americana, Gertrude Belle Elion ha sido una de las mentes más brillantes de la historia en el campo de la medicina. Como tantas otras, tuvo que abrirse paso en un mundo meramente masculino.
Ya fuera en investigación solitaria o en colaboración con otros, Elion consiguió avances revolucionarios. Desarrolló numerosos medicamentos para mejorar la calidad de vida de las personas. Entre sus descubrimientos destaca el fármaco AZT para el tratamiento del SIDA. O el Imuran, que facilita los trasplantes de riñón y ayuda al cuerpo a aceptar los órganos trasplantados.
Su gran trabajo, el realizado junto a George Hitchings y James W. Black, le valió el Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1988. Fue el estudio de las diferencias bioquímicas entre células humanas normales y patógenas para diseñar fármacos que pudieran eliminar o inhibir la reproducción de patógenos particulares sin dañar las células huéspedes.
Otros premios que recibió son la Medalla Nacional a la Ciencia y el Premio Lemelson-MIT al logro de toda una vida. Además, en 1991 se convirtió en la primera mujer en pertenecer al National Inventors Hall of Fame.
5. Rosemary Biggs
Si sus padres se hubiesen salido con la suya, Rosemary Biggs nunca habría entrado en los libros de historia de la medicina y la hematología. Obligada por la presión familiar, aceptó matricularse en Botánica, una ocupación que parecía más aceptable para una mujer, y se graduó.
Empezó los estudios de medicina al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Para conseguirlo, tuvo que argumentar que, como médica, podría contribuir mejor al esfuerzo bélico que como botánica.
Al principio, concentró sus energías en analizar el síndrome del aplastamiento, del que había visto muchos casos durante los bombardeos de Londres. Sin embargo, pronto cambió su interés. Se centró en la variabilidad de resultados que se podían encontrar en los análisis de sangre realizados de forma rutinaria.
De ahí pasó al estudio de los mecanismos de coagulación de la sangre y a la búsqueda de los elementos que fallaban cuando una persona sufría hemofilia. Gracias a esta investigación, Biggs descubrió que lo que antes se consideraba una sola enfermedad, en realidad eran dos. Ahora llamadas hemofilia A y hemofilia B.
Ocupó puestos de gestión en su área científica, como el Laboratorio de Investigación de la Sangre del Hospital Churchill y la dirección del nuevo Centro de Hemofilia de Oxford.
Fuera del laboratorio, dedicó mucho tiempo a cuestiones sociales relacionadas con los enfermos de hemofilia. Luchó por mejorar las condiciones de vida, académicas y laborales de los niños, adolescentes y adultos afectados por esta enfermedad.
6. Annie Jean Macnamara
Una enfermedad infecciosa mantuvo en jaque al mundo el siglo pasado. Del virus que la causaba no se sabía apenas nada y se conocían pocos detalles acerca del modo de transmisión. Se trataba de la poliomielitis, el mal que devoraba el sistema nervioso y que afectaba, principalmente, a los menores. La magnitud de la crisis sanitaria obligó a que investigadores de diferentes países trabajaran para encontrar la vacuna contra el poliovirus.
En este hallazgo fue muy importante la contribución de la médica australiana Anni Jean Macnamara. Ella demostró que había más de una cepa del virus. Una información esencial y que se consideró uno de los primeros pasos en aquella carrera contra reloj. Además, insistió en la necesidad del cuidado adecuado de las personas con discapacidad que padecieran la polio.
Esta médica australiana no solo fue una autoridad en cuanto al tratamiento y conocimiento de la poliomielitis. También lo fue en lo referente a los métodos de rehabilitación para ayudar a quienes la hubiesen sufrido. En 1935, fue nombrada Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico por garantizar el bienestar infantil.
7. Madeleine Brès
Brès fue la primera médica francesa. No provenía de ninguna familia del gremio y tampoco pertenecía a la clase burguesa ilustrada. De hecho, ni siquiera era bachiller.
La escuela de secundaria rechazó la matrícula de Madeleine porque, al estar casada, era menor de edad ante el código civil napoleónico. Necesitó contar con la autorización de su esposo, y así pudo hacer su examen de ingreso como candidata libre. Tras tres años de estudio, en 1868 intentó entrar en la Facultad de Medicina de París.
En 1867, el Consejo Superior de Instrucción Pública desestimó la entrada de mujeres porque iba en contra de las buenas costumbres y de su condición ‘natural’. Sin embargo, el decano Wurtz intercedió por ella y Madeleine fue finalmente admitida en Medicina. Antes tuvo que obtener la aprobación del Consejo de Ministros de Napoleón III y, por supuesto, el permiso de su marido.
Durante la guerra franco-prusiana, Madeleine reemplazó a algunos de los hombres que partían a trabajar en los hospitales militares. Por fin, en 1875 obtuvo su título de doctora en medicina. En la memoria de su tesis mostraba que la composición química de la leche materna se modifica a lo largo de la lactancia para atender las necesidades del desarrollo de los niños.
Tras cincuenta años consagrada a la medicina, falleció olvidada, pobre y casi ciega. El 25 de noviembre de 2019, Google le dedicó un Doodle en conmemoración del 177 aniversario de su nacimiento.
8. Vera Peters
Antes de las décadas de los 60 y 70, cuando la oncóloga Vera Peters hizo sus grandes aportaciones a su especialidad, el tratamiento más habitual para el cáncer de mama era la extirpación completa del pecho. De esta forma, se trataba de asegurar la eliminación total de los tumores y células cancerígenas.
Pero ella era muy consciente del gran impacto físico y psicológico que esa práctica tenía para las enfermas. Mejorar estos tratamientos se convirtió para Vera en un objetivo de fondo durante décadas.
Lo consiguió. Y, con ello, cambió la forma en que se trata a estas pacientes a día de hoy en todo el mundo. Ella puso en evidencia que, en muchos casos, la mastectomía radical no era necesaria. Había otras formas de obtener el mismo resultado positivo.
En 1975 publicó el primer estudio controlado que demostraba que el resultado de una resección del tumor, combinada con radiación, era igual o mejor que otros tratamientos más invasivos.
Para ella, había también en juego un componente de cuidado y respeto por las pacientes. Gran parte de esta filosofía trascendió el trabajo de Peters. Hoy impregna muchas de las terapias que se emplean contra el cáncer.
Sin embargo, el reconocimiento a su labor no fue inmediato. Tuvo que esperar hasta su jubilación, en 1976. Entonces comenzó a recibir honores, tanto en Canadá como fuera de su país. En 1977, la Sociedad Radiológica de Francia le otorgó el premio Antoine Béclère; fue la primera mujer en recibirlo. Además, en 1979 le dieron la medalla de la Sociedad Americana de Radiólogos Terapéuticos.
Una triste coincidencia, de esas que a veces nos depara la vida, hizo que Peters falleciera a consecuencia de un cáncer de mama a la edad de 82 años.
9. Dottie Thomas
Ella salvaba vidas. Una hazaña que logró gracias a su trabajo pionero en la técnica para el trasplante de médula ósea. Y a sus numerosos estudios sobre la leucemia y otros trastornos de la sangre, que realizó junto a su marido.
A pesar de lo importante que fue su labor, y tras cerca de sesenta años de investigación conjunta, solo su esposo recibió el Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1990. Le fue otorgado por sus descubrimientos acerca del trasplante celular y de órganos en el tratamiento de enfermedades humanas. Su nombre no apareció en la lista de galardonados, pero se ganó un lugar en el corazón de los pacientes. Y, finalmente, en la historia.
Si no fuera por el trabajo incansable de esta hematóloga, su marido no hubiese conseguido ni la mitad de sus logros. Su hija así lo corroboró. Dijo que su madre tenía “una mente brillante y podría haber hecho lo que ella hubiese querido. Pero, en ese tiempo, había que quedarse al lado de tu marido y ayudarlo. Ella hizo todo lo que estaba en su mano para llevar a mi padre a lo más alto y cuidar de la familia”.
Dottie estuvo muy ligada a la ciencia hasta su muerte. En 2014, se convirtió en la mayor benefactora del Fred Hutchinson. Creó una dotación económica, bajo el nombre Dottie’s Bridge, para impulsar a jóvenes investigadores. Aunque ella no ganó el Nobel, queda patente que su trabajo fue primordial. Y se encargó de que todo a su alrededor siguiera funcionando.
10. Jane Cooke Wright
Su labor supuso la introducción de grandes cambios en la oncología. Entre otras cosas, le debemos el uso de la quimioterapia como un tratamiento viable para los pacientes con cáncer.
Fue pionera en el uso de biopsias de tumores para testar sustancias. El objetivo era encontrar elementos eficaces para hacer frente a cada tipo concreto de tumor. Además, desarrolló un sistema de catéteres como método no quirúrgico. Así consiguió llevar medicamentos anticancerígenos a zonas de difícil acceso en los riñones y el bazo, entre otros.
Se preocupó no solo por el aspecto médico de la enfermedad. De hecho, fue uno de los siete miembros, y la única de sexo femenino, que fundaron la American Society of Clinical Oncology. Este organismo nació con la intención de cubrir las necesidades específicas de los médicos de pacientes con cáncer. Por si esto fuera poco, se convirtió en la primera mujer que llegó a presidir la New York Cancer Society.
Durante su carrera recibió varios premios. Entre ellos, el Spirit of Achievement Award del Albert Einstein College of Medicine, la Smith Medal y el Hadasaah Myrtle Wreath Award. Otras instituciones le concedieron reconocimientos. Incluso hay un premio para jóvenes investigadores que lleva su nombre.
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