El dolor lumbar crónico afecta a 28 millones de personas tan solo en EE.UU., aunque la nación norteamericana solo refleja un rasgo global. Un estudio de 2015 publicado en Revista de Saúde Pública reveló, tras analizar 28 estudios a escala global, reveló que la prevalencia de dolor lumbar crónico fue del 4,2% en las personas de entre 24 y 39 años y del 19,6% en las personas de entre 20 y 59 años. Del total de casos estadounidenses, el 22% aproximadamente corresponde a dolores causados por enfermedad degenerativa del disco, que supone el desgaste progresivo de los discos que amortiguan el peso y movimientos entre las vértebras a lo largo de toda la columna, lo que puede conllevar a nervios atrapados entre los espacios intervertebrales cada vez más reducidos e incluso a infecciones en la zona.
Los tratamientos más difundidos para mejorar la calidad de vida de los pacientes implican la administración de fármacos de la familia de los opiáceos, para aliviar el dolor. No obstante, se trata de medicinas altamente adictivas y con efectos secundarios potencialmente letales que han ocasionado una nueva epidemia de drogas en los Estados Unidos. Las sobredosis se han cuadriplicado desde 1999, causando 33.000 muertes solo en 2015.
La revista New Scientist ahora informa sobre una técnica desarrollada por la firma australiana Mesoblast, que será presentada en la Conferencia Piper Jaffray Healthcare en Nueva York en noviembre, y que emplea células madre para brindar alivio definitivo al paciente.
El método consiste en inyectar células madre en los discos intervertebrales dañados, en dosis de alrededor de 6 millones de células. Estas, precursoras mesenquimales, disminuyen la inflamación y secretan factores que ayudan a reconstruir el tejido dañado. Silviu Itescu, de Mesoblast, lo comprobó así en pacientes humanos, tras auspiciosos resultados con ovejas.
«En 100 pacientes, hemos demostrado mejoras sustanciales en la función y el alivio del dolor que duran dos años o más», dice Itescu. Las imágenes de resonancia magnética revelaron que las células también parecían reconstruir los discos dañados en las personas.
Las células madre empleadas son extraídas de la médula ósea de los donantes y luego cultivadas en el laboratorio, para reproducirlas masivamente y adminsitrar el tratamientos a cientos de pacientes. Las células precursoras mesenquimales donadas no son reconocidas por el sistema inmune del receptor, lo que significa que alguien que recibe el tratamiento no necesita tomar medicamentos inmunosupresores, es decir, pese a que las células no provengan de su propio organismo sino del de un donante, estas no generarán algún problema de compatibilidad.
Una inyección de las células fue suficiente para ayudar a alrededor de la mitad de las personas tratadas a no experimentar dolor de espalda durante dos años. Algunos participantes ahora han estado libres de dolor durante tres años.
Cuando están en su lugar, las células vuelven a inflar los discos vertebrales que se han secado y agrietado, encapsulando el agua en los discos, «como si se tratara de una llanta», dice Itescu.
Casi el 50% de los tratados lograron una mayor movilidad, disminuyendo en 15 puntos en una escala de discapacidad de 100 puntos. Menos del 13% del grupo control, que recibió una inyección de agua salada, mostró la misma mejoría, por lo que aún restan pruebas más amplias para disponer del tratamiento comercialmente.
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