Si pensabas que te diríamos que justo después de comer no debes volver al trabajo sentimos darte malas noticias. Trabajar, que se sepa y que haya pruebas científicas que lo avalen, no supone un perjuicio para nuestra salud a la vuelta del almuerzo. Otra cosa será que, en función de tu puesto, haya tareas que no debas hacer con la misma vehemencia.
Sin embargo, hay ciertas costumbres, algunas más arraigadas que otras, que no deberían acompañarnos en la sobremesa. Algunas tienen que ver con el desempeño físico, otras con los malos hábitos y algunas, aunque no lo imaginásemos, con seguir comiendo.
Piensa que tras una comida, más o menos copiosa, tu estómago se convierte en el capo de tu organismo. Mutado en centro de atención absoluto, demanda al resto de órganos que se pongan a trabajar para él más que nunca. El corazón manda la mayor parte de la sangre al estómago para acelerar la digestión, los pulmones también esprintan y, como es lógico, hígado, páncreas, riñones o vesícula se ponen en rompan filas.
Vuela la bilis y fluyen los jugos gástricos a voluntad, convirtiendo el estómago en una gran caldera donde convertir el bolo alimenticio recién ingerido en quimo. De ahí pasará a los intestinos y a absorberse en mayor o menor medida, para nutrirnos. Y es así precisamente donde podemos torpedear la digestión con pequeños gestos cotidianos.
Huelga decir que ese ‘justo después de comer’ variará en tiempo en función de lo ingerido. No será lo mismo darse un atracón de cocido con sus tres vuelcos que terminar con una sencilla ensalada. Con todo y con eso, tampoco significa que hagamos la zancadilla a nuestras digestiones con los siguientes hábitos.
Cinco cosas que no hacer después de comer
Podríamos pensar que un té o un café son una forma espléndida de terminar una comida. Incluso, de tenerlo como elementos digestivos que nos van a echar un capote para facilitar la tarea. También pueden venir los remordimientos y, tras magno atracón, apostar por terminar con una pieza de fruta como penitencia.
Incluso, como es también frecuente, que pongamos una corona de tabaco al ágape —sea cigarrillo o sea cachimba—. Además, si preferimos hábitos saludables, es posible que nos sintamos tentados a practicar deporte o, cuanto menos, pegarnos una ducha. Pues bien, todo ello son errores a cometer después de comer y que no nos harán ningún bien.
Fumar después de comer
Poco o mucho; en pipa, en cigarrillo o en shisha; de liar o ya preparado… Ningún tabaco nos va a hacer bien. Convertido en tóxico por excelencia de la salud pulmonar y, a la sazón, enemigo del resto del organismo, el tabaco, cuanto más lejos, mejor.
Esto también lo lleva a la sobremesa, donde es relativamente común terminar con ese cigarrito. El problema, amén de ser malo per se, es que incluso después de comer nos va a venir incluso peor de lo habitual. Piensa en lo antes mencionado. Necesitamos que los pulmones den el do de pecho, respiren a tope y se llenen de oxígeno para facilitar la digestión.
Si mientras tanto, nos dedicamos a intoxicarlos con nicotina y humo, torpedeando su labor, vamos a conseguir que entre menos oxígeno y que además el organismo se centre en el ‘invasor’. De esta manera, el tabaco se convierte en una losa más para nuestra digestión.
Echarte la siesta
Aunque es una de las formas más disfrutables y arraigadas de terminar una comida, con el raciocinio en la mano, deberíamos prescindir de la siesta. Partiendo del momento en que la disfrutásemos —imaginemos que han pasado más allá de las tres de la tarde—, dormir —o una posición en decúbito— es una mala idea después de comer.
Básicamente porque la postura horizontal jugará, gravedad mediante, en nuestra contra. Aumentaremos el riesgo del reflujo esofágico, del ardor de estómago y de la acidez. Del mismo modo que no debemos irnos a dormir después de cenar, tampoco deberíamos echarnos una siesta después de comer.
Hacer deporte
Es posible que, tras un festín, el sentimiento de culpa empiece a comerte la oreja. Te llevan los demonios y ves que te has dado un atracón importante que tira por tierra el buen trabajo de contención semanal. También puede pasar con una comida más tranquila entre diario, claro, pero en ningún caso es conveniente ponerse a hacer ejercicio —mucho menos intenso— tras comer.
Los motivos son similares a los esgrimidos en por qué no fumar, solo que el deporte no es perjudicial. Concibamos la digestión como la gran tarea del cuerpo, centrando esfuerzos en que sea rápida. Si ‘distraemos’ al cuerpo con carreras, ejercicios y, además, lo salpicamos con una necesidad de distribuir la sangre y bombear con más fuerza para llegar a todas partes.
Se produce así la llamada hidrocución —bautizada como corte de digestión— que no tiene solo que ver con meternos en el agua o con los cambios bruscos de temperatura.
Darte una ducha
Aunque, evidentemente, hay duchas y duchas, en ningún caso le vamos a hacer bien a nuestro cuerpo mientras hacemos la digestión. No porque nos vaya a dar el corte de digestión antes mencionado —salvo que nos duchemos con agua muy fría, pero sí tiene que ver con la temperatura.
Nuestro cuerpo oscila entre los 35º y los 37º grados centígrados y la ducha, salvo que seamos fieles a esa temperatura, estará por encima o por debajo. Si bajamos la temperatura, el cuerpo tiene que esforzarse en mantener los 36º de rigor, lo que vuelve a distribuir esfuerzos orgánicos y ralentiza la digestión.
En el otro sentido, podríamos pensar que entonces el agua más caliente nos vendrá mejor. Por desgracia no es así. El aumento de la temperatura de la ducha también aumenta la vasodilatación y obliga al corazón a bombear sangre con más vehemencia porque baja la presión arterial. De este modo, hacemos que nuestro cardíaco motor tenga que ir a más revoluciones y se tenga que hacer cargo de más frentes, lo cual vuelve a ralentizar la digestión.
Tomar té o café
El gozo en un pozo de miles de personas que cierran el festín con un café. Ya sea con leche, solo, espresso o sea del universo del té, nos harán flacos favores. Evidentemente, tienen ciertas ventajas. Por ejemplo, la sensación de ‘despertar’ que produce la cafeína en ese aletargamiento que la digestión provoca. La ‘modorra’ es habitual porque se eleva el diafragma y la respiración pasa a ser más superficial, así que la somnolencia se acrecienta.
Sin embargo, contraatacar con el café es una mala idea. Básicamente porque los polifenoles y taninos presentes en té o café son los auténticos ‘vampiros’ del hierro. Estos taninos son fijadores naturales del hierro en las plantas en su estado natural y, cuando los consumimos —a pesar de estar procesados— hacen lo mismo con nuestro organismo. De esta manera, los alimentos ricos en hierro que hayas consumido en esa comida, verán cómo se limita la absorción de este preciado mineral entre un 39% y un 40%.
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