Estrés crónico y cáncer
Pero el estrés crónico (situaciones de extrema tensión, dolor, pena) activa estas reacciones de forma constante y libera hormonas de estrés, de una forma para la que el organismo “no está acostumbrado” por así decirlo. A largo plazo, la liberación constante de hormonas de estrés puede dañar el ADN y afectar la reparación de éste. Es más, el estrés crónico debilita el sistema inmunitario. Dado que este elimina células dañadas con errores genéticos, un sistema inmunitario debilitado podría, en teoría, favorecer el cáncer. Existe una serie de pruebas de que el estrés crónico puede afectar el riesgo y progresión del cáncer por medio de la desregularización del sistema inmunitario. No obstante, todavía estamos lejos de poder establecer una relación directa entre ambos. De hecho, también existen numerosas evidencias que relacionan el estrés con la supervivencia al cáncer, no al revés.
Existen varios estudios que sugieren que el estrés podría influir en el desarrollo del cáncer, y otros que no ven relación alguna. Así, por ejemplo, un estudio japonés publicado en 2017 identificó un riesgo 11% superior de cáncer en hombres con niveles de estrés durante largos períodos de tiempo. Un segundo estudio, pendiente de publicar, identificó una relación entre aislamiento social y mayor riesgo de cáncer de ovario. Pero también existen varios otros estudios que no han identificado asociación alguna entre cáncer y estrés. En las personas que tienen un cáncer, el estrés puede acelerar su progresión y empeorar su estado. Pero, el que el estrés pueda provocar cáncer “es más cuestionable”. De hecho, según el National Cancer Institute de EE. UU., las evidencias de que el estrés provoque cáncer son más bien endebles.
Demostrar la relación entre cáncer y estrés es problemático debido a que la experiencia del estrés, como la del dolor, es algo subjetivo y difícil de mesurar en términos cuantitativos. El estrés, además, se manifiesta de formas muy diferentes según cada individuo. Algunas personas tienen una respuesta negativa al estrés laboral, mientras que a otras les estimula. Esta percepción, a su vez, afecta a la respuesta del organismo.
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