Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el mundo supera el millón de casos de infectados y más de 50.000 muertes. El grupo de los jóvenes a partir de los 20 años constituye un peligro en aumento por ser principales propagadores del virus. Muchos de ellos son transmisores sin saberlo y representan un riesgo significativo para los sectores más vulnerables. La prolongación de la cuarentena conlleva a una disminución de los cuidados preventivos y a una mayor exposición.
En países como España, Francia, Italia y Vietnam donde ya se había superado las curvas más altas de contagios, se ha dado un resurgimiento del virus. La OMS manifiesta que este incremento de los casos positivos se ha dado por medio de los más jóvenes que no tienen conciencia sobre su transmisión. Esto ha llevado a nuevas restricciones que resguarden a los grupos de riesgo.
Pero ¿qué los lleva a minimizar el potencial riesgo del covid-19?
Según el psicoanalista estadounidense Erik Erikson, discípulo de Freud reconocido mundialmente, la etapa adulta temprana se caracteriza por la necesidad de intimar con otras personas e incluso establecer nuevas relaciones. Por un lado surge la necesidad de intimar, pero por el otro, se hace presente el miedo a quedarse solo. El contexto actual de aislamiento potencia esa sensación de soledad que lleva a los jóvenes a correr riesgos y minimizar las consecuencias nocivas.
Es necesario aceptar la muerte para abrazar la vida. La conciencia sobre la mortalidad se hace mayor a medida que envejecemos. Sin embargo, los adultos jóvenes pasan el mayor tiempo posible abocados a sus proyectos de vida. Tienen conciencia sobre la muerte, aunque aún aparece como lejana. La construcción de una vida repleta de satisfacciones y logros es su principal desafío, incluso en este contexto de amenaza permanente.
La postergación de lo satisfactorio, el surgimiento de esta amenaza real, se materializa como una posible dificultad que atenta contra las metas anheladas. Esta sensación de injusticia lo lleva a correr riesgos que puedan exponerlos e incluso exponer a sus familiares y allegados.
Inconscientemente, el objetivo de obtener una rutina cargada de acciones que nos alejen de la sensación de muerte permite evitar la ansiedad producida por la inevitabilidad de la muerte. Eludirla haciendo todo lo que sea necesario y que me mantenga con vida.
Reconocer el peligro para proteger a los otros
Dejar de percibir a la muerte como un tabú, nombrarla por lo que es sin eufemismos. Aceptar nuestra condición de mortales implica reconocer como inevitable nuestra mortalidad para así poder actuar por consecuencia, pensando no sólo en nuestras propias acciones sino en las consecuencias que puede implicar la no continuidad de la vida del otro.
Si bien aprendemos de la felicidad, también lo hacemos del sufrimiento ante una pérdida. Esa sensación de vacío no se presenta anticipadamente y deja huella. Es así como nuestra construcción sobre ella se lleva a cabo mediante la ausencia de otro significativo.
La necesidad de recuperar el tiempo perdido plantea un desafío que atenta contra la vida de nuestros vulnerables, no dejemos de cuidarnos, pero no corramos riesgos. Si debemos enfrentar una pérdida, que no sea la de los afectos.
Proyectar a futuro
Orientar nuestras acciones pensando en nuestro futuro permite reflexionar sobre nuestras decisiones actuales y sus posibles consecuencias. No minimicemos los cuidados preventivos y sus implicancias. Que la postergación de un encuentro familiar hoy permita un abrazo mañana.
*El Licenciado Federico Toledo es el responsable de la Licenciatura en Psicología de la UADE.
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