Apesar de que hace 20 años que surgió, el preservativo femenino es quizá el método anticonceptivo menos conocido entre las mujeres, a tenor de las estadísticas que hablan de que tan solo lo usan el 1,7%. Algo contradictorio si tenemos en cuenta sus ventajas y que favorece la autonomía sexual de la mujer, ya que puede colocarse antes del inicio de la relación sexual, sin necesidad de interrumpirla, y puede dejarse puesto hasta ocho horas.
Llamado también condón femenino, se trata de una funda transparente de poliuretano (plástico suave), que mide aproximadamente 17 centímetros de largo y está limitada por un anillo flexible en cada uno de sus dos extremos. El extremo que se coloca en el interior de la vagina está cerrado para impedir que el esperma entre en el útero. El exterior es algo más grande, está abierto y protege los genitales externos de la mujer, de ahí que sea el único de uso femenino que previene embarazos no deseados y protege contra enfermedades de transmisión sexual, incluido el sida.
Además, si lo comparamos con otros métodos de barrera femeninos, cuenta a su favor que no tiene efectos hormonales, por lo que tampoco tiene consecuencias negativas sobre la fertilidad tras dejar de usarlo; y, a diferencia del condón masculino, no existe pérdida de sensaciones placenteras, ya que el material con en el que se fabrica transmite más el calor que el látex.
La efectividad de los preservativos femeninos puede oscilar entre el 75 y el 82%, pero si se usa de forma correcta puede llegar al 95%. En cuanto a las razones por las que puede perder eficacia, son las mismas que en el caso del condón masculino, como que esté defectuoso o se rompa durante el acto sexual, que no esté bien colocado y el pene entre en contacto con la vagina, o que el líquido seminal se derrame en el interior de la vagina al ser retirado, entre otras.
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