Cuáles son los cuatro trastornos psiquiátricos que más están creciendo en todo el mundo

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Nuestra idea del futuro casi siempre está asociada al progreso. Los avances tecnológicos y científicos, un creciente nivel de confort (en los integrantes de las clases medias y altas de las grandes urbes) y las conquistas médicas, que permiten un tratamiento más eficaz de algunas enfermedades y trastornos, nos llevan a creer que el paso del tiempo conlleva necesariamente una suerte de evolución positiva para la especie humana. Pero, al mismo tiempo, el estilo de vida contemporáneo –cada vez más sedentario y con exigencias crecientes, incluso abrumadoras– y su misma dinámica, hacen pensar a los especialistas en un avance progresivo de los trastornos mentales a nivel global para las próximas décadas. A punto tal, que hay quienes sostienen que el deterioro psiquiátrico de la población mundial se perfila como “la pandemia del futuro”, cuya gravedad plantea nuevos desafíos a la ciencia.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la salud mental como el “estado de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad”.

Presupone, inevitablemente, la existencia de un adecuado estado de salud física por el antiguo axioma de la Medicina de “mens sana in corpore sano”. Y la misma OMS advierte sobre un inevitable aumento a largo plazo del número y la severidad de los problemas de salud mental, por parte de cientos de millones de personas, una realidad también asociada al estado clínico de la población.

En el marco de la actual pandemia por coronavirus, además, se verificó que el aislamiento obligatorio ya desencadena y agudiza los niveles de depresión que se registraban a nivel mundial, así como los problemas asociados a la violencia de género, el abuso o violencia con niños y la desatención de ancianos o discapacitados. Trastornos que, en casi todos los casos, deja secuelas a largo plazo.

Se prevé, en principio, que a los altos niveles de depresión y ansiedad que hoy se registran (durante este año se ha comprobado un aumento de la angustia en un 35% en los chinos, un 60% en los iraníes y un 40% en norteamericanos, tres de los países más afectados por la pandemia) se sumen otros trastornos como los cambios en las rutinas, el agobio por las exigencias que impone la vida moderna y la debacle económica a nivel global.

Según datos de la OMS, una cuarta parte de la población mundial sufrirá de algún trastorno mental a lo largo de su vida y esto llegará a representar, en un futuro no tan remoto, el mayor costo sanitario conocido hasta ahora, en términos materiales.

Una investigación realizada por 28 expertos en la Lancet Commision estima que para el año 2030 el costo de las enfermedades mentales llegará a los 16 billones de dólares, algo más del 10% del PBI mundial, un costo superior al que conlleva el tratamiento de la diabetes, el cáncer y las enfermedades pulmonares juntas.

Se sabe también que el 50% de las enfermedades mentales se inicia antes de los 14 años por diversos factores, problemas que por lo general no se detectan ni se tratan a tiempo. Los trastornos mentales infantiles y juveniles no diagnosticados oportunamente hipotecan el futuro, ya que derivan buena parte de las veces en enfermedades mentales durante la adultez.

Aunque el listado de alteraciones de la salud mental es muy extenso, en este siglo XXI hay cuatro que se perfilan en una progresiva escalada:

1. Depresión y trastornos del estado de ánimo:

Según la OMS, 350 millones de personas en el mundo padecen trastornos depresivos y este hecho convierte a “las depresiones” en la principal enfermedad psicoemocional en Occidente.

La depresión puede aparecer por diferentes razones, pero en la actualidad se considera que el estrés progresivo y prolongado es la causa principal que dispara este trastorno.

Según informes oficiales del mismo organismo, cada 40 segundos una persona se suicida en el mundo, lo que eleva a un millón la cifra anual de víctimas: otra “epidemia” que se extiende y afecta cada vez más a los jóvenes. Si en 1950 el 60% de los suicidios afectaban a personas mayores de 45 años, en la actualidad el 55% están protagonizados por jóvenes.

Otro “termómetro” de la incidencia de la depresión es el incremento en la venta de antidepresivos, que aumentó de manera exponencial. Y aunque los números nunca resultan del todo precisos (ya que se venden también por internet y las inspecciones en la comercialización disminuyeron), se calcula que entre los años 2014 y 2016, el aumento fue de 111,3%.

El antidepresivo sertralina se recetó un 12% más en marzo de 2020, ya instalada la cuarentena, que en el mismo mes del año anterior. Incluso, uno de los laboratorios que la fabrica comunicó que no tenía capacidad para cubrir la creciente demanda.

Otra alteración del estado de ánimo importante es el trastorno bipolar, que se caracteriza por los cambios exagerados y pendulares en el estado de ánimo, que oscilan entre la aceleración y la depresión. Los ciclos típicos duran días, semanas o meses, y perjudican seriamente al trabajo y las relaciones sociales de la persona afectada.

2. Trastornos de ansiedad:

La ansiedad no es una reacción negativa ni patológica, sino todo lo contrario: es esencial para la supervivencia del individuo por ser un valioso mecanismo de activación y alerta ante posibles peligros o exigencias ambientales, lo que facilita una respuesta rápida y, con suerte, eficaz. Pero también es la reacción inevitable ante toda situación de incertidumbre por el futuro ya que el ser humano no tolera la falta de certezas o la vivencia de una sensación de amenaza continua.

Existe una gran diferencia entre un nivel lógico y esperable de ansiedad ante una determinada situación y un Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG), ya que quien lo padece siente preocupaciones y miedos intensos, excesivos y persistentes ante situaciones corrientes, desproporcionados en relación al peligro real. Es persistente en el tiempo y produce un significativo deterioro funcional para vincularse con familiares, trabajar, establecer vínculos sociales o ir a la escuela.

La ansiedad puede adquirir distintas máscaras: el ataque de pánico que se define por la aparición intensa y brusca de temor, terror, sensación de muerte inminente; o la presencia de diversas fobias (un miedo intenso, desproporcionado, irracional e injustificado ante determinadas situaciones u objetos que producen una conducta de evitación).

Entre estas últimas se destaca la fobia social, un miedo irracional a situaciones de interacción social en las cuales el individuo siente una extrema ansiedad de ser juzgado por los otros, convertirse en el centro de atención, ser criticado, hablar en público o sentirse humillado.

Este trastorno, cuya frecuencia aumenta y se estima seguirá aumentando, suele llevar a que quienes lo padecen eviten las relaciones con otros, las presentaciones en público, las salidas a eventos sociales o la posibilidad de conocer gente nueva. Mientras que, por su lado, la agorafobia es miedo a estar solo en los lugares públicos y/o espacios muy abiertos.

Otra afección que, se presume, se verá incrementada en los próximos años dada la violencia social que aumenta día a día es el Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT), que se desarrolla después de padecer o presenciar una situación traumática o violenta.

Es una vivencia de mucha angustia y ansiedad que se prolonga en el tiempo y no se extingue con el fin del hecho (por ejemplo, agresiones, robos, intentos de violación, accidentes, desastres naturales o guerras). Los pacientes “reviven” continuamente el acontecimiento traumático, con recuerdos reiterativos del suceso (flashbacks) que se mezclan con pesadillas nocturnas.

Finalmente tenemos el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC), en el que el individuo experimenta pensamientos, ideas o imágenes intrusivas (obsesiones) que suelen ser obscenos, prohibidos, agresivos hacia terceros y que se acompañan de comportamientos que se repiten una y otra vez (compulsiones), a fin de detener esos pensamientos torturantes.

Estos rituales pueden incluir limpieza, lavado excesivo de manos, la verificación redundante –si las puertas o ventanas están cerradas o apagadas las hornallas de la cocina–, la compulsión a ordenar los objetos de manera particular y precisa.

El aumento de la ansiedad –en cualquiera de sus variantes– se ve reflejado en el progresivo aumento del consumo de tranquilizantes. El informe mundial de drogas de 2019 ratificó que están entre las de mayor consumo global y se estima que más de 9 millones de argentinos las toman.

3. Adicciones modernas sin drogas:

Cada adicción tiene sus características y muchas de las actuales están relacionadas con el abuso de sustancias: en nuestro medio prevalecen de manera categórica el alcohol y el tabaco, aunque otras drogas tengan menor exhibición social dado que su consumo es, en general, privado. Pero en la actualidad –y seguramente esto se acrecentará a futuro– vale destacar otras, que son las adicciones “sin sustancia”: actividades y comportamientos cotidianos que, convertidos en adicción, impiden llevar una vida satisfactoria.

La dependencia de las nuevas tecnologías (y de las redes sociales, que al formar parte de la vida diaria suelen pasar “inadvertidas”) representan un problema alarmante y son más frecuentes de lo que parece. Según la OMS, una de cada cuatro personas sufre en la actualidad de estas adicciones sin sustancia prohibida.

La adicción tecnológica afecta a usuarios de cualquier edad, aunque los adolescentes son especialmente vulnerables. Los nativos digitales han nacido con los medios de este tipo integrados a sus rutinas y, muchas veces, son su principal fuente de información, socialización y comunicación.

En los países más desarrollados del mundo, en donde Internet alcanza a casi toda la población, es casi imposible imaginar rutinas en las que la tecnología no esté implicada. Y también es un hecho que su uso, así como el de las redes sociales, los videojuegos, la mensajería interactiva (WhatsApp, por ejemplo), el consumo de pornografía virtual o las compras on line, son manifestaciones cada vez más reconocibles e indisociables de la vida en las grandes ciudades.

Ciertas características de Internet la hacen particularmente adictiva:

a) La posibilidad de la inmediatez en el uso.

b) El atractivo visual y auditivo, que estimulan positivamente los sentidos, la atención, concentración y memoria o la toma de decisiones.

c) La participación social con otros, incluso para aquellos que son tímidos o inseguros, ya que pueden resguardarse en el anonimato.

No sólo está previsto que la adicción a la tecnología a nivel global se incremente, sino también que sus efectos se agraven con el paso de las décadas. El documental El dilema de las redes sociales (disponible en Netflix) es más que elocuente en este sentido, en relación al modo en que la psicología humana se ve manipulada por programas tecnológicos diseñados para generar, de manera deliberada, una dependencia progresiva de parte del usuario.

¿Otras adicciones sin sustancia? La excesiva dedicación al trabajo, la compulsión a tomarse las selfies (“selfitis”, relacionado muchas veces con un intento de aumentar la autoestima y llenar un vacío de intimidad, y que trae aparejados tratamientos estéticos de dudosa eficacia, incluyendo las cirugías), la obsesión por las dietas restrictivas (que pueden inducir anorexia o bulimia), la adicción a la actividad física (vigorexia) o la llamada “binge-watching” (maratón para ver series en ciertas plataformas).

En general, todas las adicciones se asocian a individuos con altos niveles de vacío emocional, soledad, tendencia a la angustia o la depresión, poca tolerancia a la frustración y frecuentes trastornos de sueño.

4. El desafío de la longevidad:

Diversas estadísticas globales muestran que la longevidad humana va en progresivo aumento. Si en el 1900 la expectativa de vida era aproximadamente de 35 años, en 1998 fue de 75 para los hombres y 81 para las mujeres. Ahora se estima que en 2050 será de, como mínimo, 80 y 85 respectivamente. Además, ya se cree que la mitad de los niños que nacen hoy alcanzarán fácilmente los 100 años.

Esto modifica gradualmente la pirámide demográfica ya que, por un lado, los métodos anticonceptivos regulan la natalidad pero, por otro, se evidencia una reducción de las enfermedades y la mortalidad en los adultos mayores gracias a los avances médicos y tecnológicos.

Más allá de los números, lo importante es considerar que la vejez no es un “problema” ni una “enfermedad”, y tampoco debería ser motivo de ningún tipo de discriminación o señalamiento peyorativo ni descalificador.

Una persona mayor saludable puede gozar de la vida tanto más que los jóvenes, y hacer gala de un pensamiento creativo, relaciones afectivas y amorosas, formas de alimentación adecuadas, aptitud para la actividad física, y la posibilidad cierta de incorporar nuevos conocimientos o elegirá alejarse de ciertos estilos convencionales de consumo, competencia y ritmo vertiginoso de la vida actual. Como decía Groucho Marx: “Cumplir años es inevitable pero envejecer es optativo”.

Sin embargo, la beneficiosa prolongación de los años de vida también implica indudables riesgos a futuro en términos sanitarios: uno es el esperable incremento de trastornos asociados a déficits cognitivos y a enfermedades demenciales, como la de Alzheimer. Otro, el llamado “riesgo de longevidad”, que supone que cada vez habrá más individuos que vivan más de lo esperado, lo que traerá aparejados serios desafíos socioeconómicos con fuerte impacto en los servicios asistenciales y de jubilaciones, a las que deberán responder los Estados. Aunque será un proceso gradual sin duda culminará en una importante revolución social y económica.

Todavía no existe evidencia empírica de que la duración de la vida haya alcanzado un límite biológico y, entonces, es previsible que el número de personas longevas siga aumentando en las próximas décadas. Por eso, es imprescindible ya comenzar a planificar y responder a este desafío.

¿Hay razones para el optimismo?

Sin duda alguna. La tecnología ya tiene y tendrá un progresivo y seguro papel relevante para el abordaje y tratamiento de las enfermedades mentales y así ya lo recomendaba el Mental Health Action Plan 2013-2020 de la OMS.

Es un hecho que la tecnología se mueve mucho más rápido que la ciencia y su mayor presencia a nivel sanitario supone un profundo cambio en el modo en que se organizará la asistencia sanitaria, desde la forma en que se evalúa al paciente hasta el compromiso que se establece en la relación con el psiquiatra o el médico.

En la actualidad, por ejemplo, la Realidad Virtual ya se utiliza para abordar el tratamiento de algunos trastornos cognitivos, emocionales y motrices. Y hasta acá demuestra eficacia en el tratamiento de fobias, trastornos de pánico, alteraciones de la imagen corporal, trastornos de la alimentación compulsiva y fobia a volar. Sin duda, es factible pensar que en las próximas décadas permitirá ampliar mucho más su utilidad como herramienta terapéutica de los trastornos psiquiátricos.

Además, la investigación en neurociencias, las nuevas tecnologías, los avances en las ciencias sociales, el desarrollo de métodos psicoterapéuticos, el conocimiento del sano desarrollo infantil y de la psicología evolutiva, los cuidados perinatales y el descubrimiento de nuevos fármacos permiten, finalmente, saber que, a pesar del aumento previsto de futuras alteraciones de la salud mental a nivel poblacional, también aumentarán a la par y de manera veloz los recursos para su prevención y tratamiento.

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