Un producto químico utilizado actualmente para alejar a los mosquitos portadores del virus Zika y un insecticida de uso común han sido asociados con una disminución en la función motora en bebés chinos, de acuerdo a un estudio de investigadores de la Escuela de Salud Pública y del Centro de Crecimiento y Desarrollo Humano la Universidad de Michigan.
Los investigadores encontraron que la exposición a una sustancia química llamada ‘naled’ a través de las madres durante el embarazo estaba asociada con habilidades motrices finas entre 3 y 4% más bajas en niños de 9 meses, cuando se comparó al 25% más expuesto con el 25% menos expuesto al químico.
Asimismo, los bebés expuestos a clorpirifos obtuvieron puntajes entre 2-7% más bajos en una serie de habilidades motrices gruesas y finas.
Las niñas parecen ser más sensibles a los efectos negativos de los productos químicos que los niños.
Naled es uno de los productos químicos que se utilizan en varios estados de los Estados Unidos para combatir el mosquito que transmite Zika. El clorpirifos ha estado presente desde la década de 1960 y se utiliza en verduras, frutas y otros cultivos para el control de plagas.
Ambos son insecticidas llamados organofosfatos, una clase de productos químicos que incluye agentes nerviosos como el gas sarín. Estos inhiben una enzima implicada en el proceso de señalización de los nervios, paralizando insectos y desencadenando la insuficiencia respiratoria. Sin embargo, pueden afectar negativamente la salud a través de otros mecanismos en los niveles de exposición más bajos que se encuentran comúnmente en el medio ambiente.
En los niños estudiados, naled afectó las destrezas motoras finas pequeñas de los movimientos de manos, dedos, cara, boca y pies. Los clorpirifos se asociaron con puntuaciones más bajas para la motricidad fina y gruesa.
“Los retrasos motrices durante la infancia temprana pueden ser predictivos de problemas de desarrollo en la infancia más tarde”, dijo la autora Mónica Silver, una investigadora Departamento de Ciencias de Salud Ambiental de la Escuela de Salud Pública de la U-M.
“Los hallazgos podrían ayudar a informar la política en el debate sobre el uso de estos productos químicos.”
Hasta la fecha, los únicos estudios sobre los efectos de salud de naled han tenido lugar en lugares de trabajo, no con la exposición en la población general, dice Silver. Investigaciones anteriores de los clorpirifos ha encontrado vínculos con el retraso en el desarrollo motor en niños y una serie de problemas de salud para las personas que manipulan este producto, incluyendo náuseas, mareos y convulsiones.
Los investigadores de la U-M examinaron la sangre del cordón umbilical de alrededor de 240 madres, en busca de exposición a 30 insecticidas organofosforados diferentes, cinco de los cuales se presentaron en al menos el 10% de las muestras. Además del naled y clorpirifos, encontraron metamidofos, triclorfón y forato.
La sangre del cordón umbilical se obtuvo entre los años 2008 y 2011 como parte de un estudio de cohorte diseñado por la co-autora Betsy Lozoff del Centro de Crecimiento y Desarrollo Humano de la U-M para investigar la relación entre la deficiencia de hierro y el desarrollo neurológico infantil.
Los investigadores siguieron el desarrollo de los bebés usando la Escala Peabody de Desarrollo Motor (PDMS por sus siglas en inglés) a las 6 semanas y 9 meses. No se observaron déficits a las 6 semanas.
La PDMS proporciona puntuaciones motoras gruesas, finas y totales, y los resultados de pruebas más específicas, incluyendo reflejos, estacionario (de control de cuerpo), locomoción (movimiento) e integración visual-motora (coordinación de ojos y manos).
El uso de la herramienta de Peabody es única en este estudio. Investigaciones anteriores en el campo de la salud del medio ambiente se han basado en las partes motoras de herramientas de evaluación del desarrollo más grandes, mientras que éste estudio se centró estrictamente en las habilidades motoras, dando una visión más completa.
Los clorpirifos han sido prohibidos para uso residencial en los EE.UU. desde el año 2000, y para todo uso en algunos países europeos. En 2015, la administración de Obama propuso una prohibición total en los EE.UU., pero hace dos meses, el jefe de la Agencia de Protección Ambiental determinó que no había suficiente evidencia científica para apoyar la acción.
Aunque China es el mayor consumidor mundial de pesticidas, los investigadores afirman que la exposición a los productos químicos es una preocupación en todo el mundo, especialmente en los EE.UU. y otros países se preparan para otra temporada con el virus Zika.
“El Zika es una muy seria amenaza para la salud pública. Esta información ayuda a poner de relieve que la forma en que avanzamos en la lucha contra el Zika y otras enfermedades transmitidas por vectores necesita ser pensada de manera más integral con el fin de minimizar otras consecuencias no deseadas”, dijo John Meeker, profesor de ciencias de salud ambiental en la U-M, autor principal e investigador principal en el proyecto.
“Por ejemplo, un énfasis en un modelo de gestión integrado de plagas más holístico puede permitir la misma o incluso una mayor eficacia en la reducción de la enfermedad y un uso reducido de estos productos químicos potencialmente dañinos.”
La gestión integrada de plagas utiliza la educación y una serie de otras tácticas para evitar las plagas de insectos (por ejemplo, deshacerse de agua estancada cerca de los hogares), y tomando precauciones contra las picaduras (por ejemplo, evitando estar afuera en la mañana temprano o al anochecer, el uso ropa de manga larga, etc).
Mientras que la exposición al clorpirifos y otros pesticidas utilizados en los cultivos está muy extendida y puede ser inevitable en algunas situaciones, el equipo de investigación dijo que el consumo de productos orgánicos siempre que sea posible, y lavar bien todas las frutas y verduras antes de comerlas pueden ayudar a reducir la exposición.
Otros autores incluyen Jie Shao y Binquan Zhu, Escuela de Medicina de la Universidad de Zhejiang; Minjian Chen y Yankai Xia, Universidad de Medicina de Nanjing; y Niko Kaciroti, Centro de Crecimiento y Desarrollo Humano de la U-M.
El estudio fue apoyado por el Instituto Nacional de Ciencias de Salud Ambiental, el Instituto Nacional de Salud y Desarrollo Infantil y de la Fundación Nacional de Ciencias Naturales de China.
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