La soledad entre las personas mayores es otra de las grandes epidemias ocultas que, a fin de cuentas, nos acechan a todos, no solo a la gente de edad. Todos algún día seremos un adulto mayor y padeceremos muchos de los males -físicos y emocionales- que hoy sufren quienes han recorrido ya una gran parte de su ciclo vital.
Se estima que hoy, en México, cerca de dos millones de adultos mayores -es decir, mayores de 60 años- viven solos. Comparado con las cifras disponibles para otros países, el número de personas que viven solas en México es relativamente menor, aunque no por ello sea menos preocupante. No es aventurado señalar que en los próximos años esa cifra se incremente. De ahí que nos concierna a todos hacer algo, lo que esté en nuestras manos, para aliviarlo.
Aunque suene a tópico no lo es: no es lo mismo estar solo que sentirse solo. Con la edad se va perdiendo amigos y/o familiares entrañables que fallecieron antes o viven lejos de nosotros. No hay duda de que el primer sostén de la gente mayor debe ser su círculo familiar, pero cada vez y con más frecuencia eso no es posible: por la distancia geográfica, por un extrañamiento o por muchas otras razones posibles.
Alguien dijo alguna vez, y con mucha razón, que la verdadera familia está compuesta por quienes nos acompañan y están con nosotros, sean o no familiares sanguíneos.
Cuando la soledad es impuesta -es decir, no deseada- suele conllevar depresión, desánimo, tristeza. De ahí que sea tan importante -mucho más cuando más vulnerables somos- mantener o reiniciar relaciones sociales que nos hagan sentirnos bien y acompañados. La amistad con nuestros vecinos o la pertenencia a algún club social pueden paliar, al menos en parte, la sensación de aislamiento y soledad. Se trata no sólo de sentirnos algo más acompañados sino también de mantener activa nuestra mente y nuestra movilidad.
Está demostrado que, además de problemas de salud mental, la soledad no querida incrementa el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, como por ejemplo la hipertensión, con sus consiguientes riesgos. Asimismo, puede producirse una disminución de la respuesta inmunitaria, lo que favorece la aparición de infecciones. Se sabe también que estar solo sin desearlo influye en una posible muerte prematura: algunos autores sostienen que puede equivaler a fumar 15 cigarrillos diarios.
La soledad suele conllevar también retraimiento y, con ello, la pérdida de agilidad mental por ejemplo. Por ello es tan importante que nos obliguemos, en la medida de nuestras posibilidades y capacidades, a no incrementar -aunque sea inconscientemente- nuestra soledad, porque tanto las relaciones sociales como el sentirse acompañado nos ayudan a mantener un buen estado de salud general.
Reducir el número de mayores que en su vejez se sienten solos depende también mucho de quienes aún somos jóvenes pero un día no muy lejano llegaremos a esa propia ancianidad. Por poco que hagamos siempre será mucho para la persona que recibe la atención. Acompañar en un paseo, una visita a domicilio o incluso una simple llamada telefónica puede paliar en mucho ese sentimiento de soledad. Aunque no podamos corregir el mundo, sí está en nuestra mano poner ese granito de arena que haga una diferencia para las personas concretas que nos rodean.
Asímismo deberían promocionarse iniciativas que detecten a aquellas personas vulnerables precisamente por su vida en soledad y se generen puntos de encuentro y socialización. A este respecto, los gobiernos deberían incluir en sus políticas de salud las medidas adecuadas dirigidas a atender un problema creciente y que nos atañe a todos: no solo a los que ya son mayores sino también a los que algún día también lo seremos.
Y con esto terminamos el bloque de envejecimiento. En las siguientes semanas veremos primeros auxilios para distintos tipos de accidentes.
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